Aymara y quechua: idiomas en contacto

Si se derivaran de una misma lengua madre, aymara y quechua podrían considerarse lenguas «hermanas», y esa es una idea que siempre fue popular, pero ¿son realmente hermanas? Martha Hardman, fundadora de los estudios lingüísticos aymaras modernos, responde a esa pragunta en este ensayo donde llega a la conclusión de que las lenguas aymaraicas y quechuas no tienen parientes comunes. No al menos en los últimos cincuenta mil años.

Martha J. Hardman (*) – University of Florida

Martha J. Hardman-De-Bautista

Martha J. Hardman

Cuando los españoles invadieron el Perú —el gran Perú del Imperio Inca que iba de Pasto (Colom­bia) a Argentina, y del Océano Pacífico a los confines de la Amazonia— se vieron frente a una multitud de lenguas; las crónicas mencionan más de una vez que cada pueblo tiene su lengua. Sin embargo, normalmente podían desenvolverse bien usando la lengua general de los incas, si no para comunicarse con el pueblo, al menos sí para hacerlo con gobernadores y sacerdotes. Esta lengua llegó a conocerse como quechua, que significa de los valles templados. Ese nom­bre, con el tiempo, designó a todos los miembros de la familia de lenguas quechuas, abar­cando variedades tan distintas entre sí y distintas de la variedad de Cuzco como son las de Huancayo y Ecuador, aunque estas variedades no perteneciesen originalmente al concepto al que se refería la expresión lengua general.

Como en general suele ocurrir en la historia de la humanidad, fuerzas políticas acabaron presti­giando a una variedad en particular de la lengua que fortuitamente había quedado asociada al poder político-militar. Así que el quechua de Cuzco pasó a ser considerada la forma más pura, más antigua, más correcta, más expresiva del quechua, y ciertamente la madre de todas las lenguas (de los Andes) por el simple hecho de que en el momento de la llegada de los españo­les era esa la lengua que usaban los incas para su expansión. Para colmo de la ironía, los españo­les siguieron usando dicha lengua con el mismo propósito, de modo que la conquista europea pasó a ser el vehículo de expansión de la lengua imperial de los incas. La lengua que­chua bajo el régimen de los españoles se expandió mucho más allá de donde la llevaron los incas, y en esta expansión causó la desaparición de numerosas lenguas habladas por comunida­des pequeñas. La variedad particular de quechua que se difundió (después de haberse acariciado la idea de hacerlo con la variedad Chinchay) fue el quechua cuzqueño.

La relativa pureza, antigüedad, elegancia, etc., que se atribuían quechua cuzqueño eran, natural­mente, ficciones políticas totalmente desvinculadas de la realidad lingüística.[1] Al contra­rio, al haberse convertido en lengua de conquista, quedó más expuesta a influencias externas y, al haber sido adoptada por pueblos que tenían otras lenguas maternas, sufriría inevitablemente aun más innovaciones debido a la interferencia de aquellas. El quechua cuz­queño muestra fuerte evidencia de que precisamente ocurrieron estos procesos: dentro de la familia de lenguas quechuas resulta ser la más innovadora y exhibe el mayor número de adaptacio­nes que son influencias rastreables de otras lenguas (Torero 1975).

La situación política del quechua cuzqueño ha dado lugar a una abundante especulación sobre su relación con las demás lenguas de los Andes. De particular interés por razones políticas es la relación entre las lenguas quechua y aymara.[2] [3] La misma interacción política que dio lugar a que el quechua se expandiera eclipsó a la lengua aymara, haciendo que la mayoría de quienes escribieron sobre ella y el público en general tengan la idea de que se trata de una especie de derivado del quechua. Aunque ciertamente el quechua cuzqueño es el miembro de esta fami­lia que más se encuentra influido por el aymara, y el aymara, a su vez, es el miembro de su familia que más se ve influido por el quechua, ambos no están relacionados en sentido lingüís­tico, como explicaremos aquí. Aunque muchas veces se ha propuesto un origen común, no es posible que aymara y quechua hayan derivado de una misma lengua antecesora. No, al menos, en los últimos 50 000 años, y tampoco en los Andes.

Como la disyuntiva entre contacto u origen común para ambas lenguas no conviene tomarla a la ligera, primero iremos contra los argumentos a favor del origen común y posteriormente defenderemos la relevancia del contacto lingüístico.

Los autores a favor de la tesis del origen común que son más conocidos en el mundo de la lingüís­tica son Orr y Longacre (1968). Sostengo aquí, como ya he hecho anteriormente (Hardman 1966b, 1878a, 1979), que el empleo de datos inadecuados, mal recogidos e insuficiente­mente analizados ha llevado a estos autores a una conclusión con errores. Por ejem­plo, los datos que Orr y Longacre eligieron para su comparación provienen precisamente del quechua cuzqueño y del aymara, teniendo muy poco en cuenta otras lenguas de la familia quechua y sin dato alguno que provenga de las lenguas hermanas del aymara. Tal cosa no tenía por qué ocurrir pues Torero (1964) ya había publicado materiales relevantes para el que­chua, y Hardman (1966a) ya había publicado una gramática del jacaru. A los autores se les ofre­ció también material inédito, que rechazaron al no considerarlo de utilidad.[4]

El artículo de Orr y Longacre y su hipótesis de la protolengua *Quechumara está basado en una lista de 531 palabras de las cuales 253 se presumen cognados quechua-aymara, lo cual constituye un 47 %. Esta cifra presupone que se separaron ambas lenguas en los Andes, donde aun se siguen hablando y donde, todo ese tiempo, han coexistido en constante interacción. Ese 47 % sale de una lista seleccionada a propósito para que contuviese el mayor número posi­ble de cognados para estas dos lenguas que existen en estrecha proximidad o incluso, en algu­nos casos, se hablan a la vez. Es muy difícil creer que un porcentaje tan pequeño para ambas lenguas descendientes de la misma lengua madre que se diferencia en la misma zona donde actualmente se siguen hablando. El cambio lingüístico no funciona de esa forma bajo circunstan­cias normales.

Y lo más crítico del asunto es que, de las 253 formas que se presumieron cognados, el 25  % (63 formas) no debieron tenerse en consideración por ser inexistentes, tomarse erróneamente o ser formas complejas mal analizadas. De este modo, quedan 190 formas donde parecería haber alguna similitud genuina entre aymara y quechua —el 35 % de la lista original—.

De estas 190 palabras, el 46 % presenta una estructura fonológica que apunta a posibles présta­mos aymaraicos hacia el quechua más que a correspondencias históricas. Este elevado porcentaje debería haber sido una señal de alerta que sugiriese posibles préstamos. El 26 % son palabras panandinas, algunas de las cuales se encuentran incluso en lenguas de la selva, y por lo tanto no demuestran nada en un sentido ni en el contrario en lo tocante a este asunto, pero sí podrían servir para evidenciar cómo se extendió el comercio. El 20 % lo constituyen términos que solo son compartidos por quechua cuzqueño y aymara, o sea, son característicos de los Andes meridionales más que de ambas familias lingüísticas, y, una vez más, ello pare­cería apuntar a interacciones culturales acompañadas de préstamos lingüísticos más que a la divergencia lingüística. El 5 % son claramente préstamos tomados del quechua por el aymara, la mayoría de ellos bastante recientes. De modo que nos queda un 2 % de la lista —es decir, 4 palabras— que sí podríamos aportar como «prueba» de que quechua y aymara comparten un origen genético. Ante tal porcentaje no sería difícil pensar que las correspondencias se debie­sen al azar.

En lenguas que comparten un largo historial de contacto e interacción cultural se puede espe­rar que exista algún conjunto de préstamos adaptados que imite conjuntos de corresponden­cias entre sonidos, probablemente en ambas direcciones: por ejemplo, -ceive en inglés y -bol en español, adaptados del romance y del inglés respectivamente. La sola correspondencia entre sonidos en conjuntos seleccionados ex profeso, incluso cuando está bien hecha, no sirve en dichos casos para demostrar que hay origen común, sino solo influencia mutua. También se debe abordar el compendio general de estructuras y patrones, tanto fonológicos como gramatica­les, como señalaba Ask (1932-5) hace mucho.

El tema central de esta discusión es, y siempre ha sido, la cuestión de la aspiración y la glotaliza­ción de las consonantes oclusivas. Aymara y quechua cuzqueño comparten cierta­mente el mismo inventario de fonemas, que consta de 5 consonantes oclusivas en 3 series: simple, aspirada y glotalizada.[5]

Simples: p t ch k q
Aspiradas: p” t” ch” k” q”
Glotalizadas: p’ t’ ch’ k’ q’

Este sistema no se presenta en las otras lenguas quechuas (Torero 1972, 1975; Carpenter 1982) exceptuando las variedades Ayacucho-Cuzco y Cuzco-Collao. El quechua de la variedad Ayacucho-Chanca, por ejemplo, es casi igual que el cuzqueño, pero sin aspiración ni glotaliza­ción. Incluso dentro del quechua cuzqueño, aspiración y glotalización tienen un peso muy limi­tado, lo cual implica que, en vez de ser la característica distintiva del quechua cuzqueño, hay muy pocas oraciones que, llegado el caso, se diferencien solamente por sus consonantes glotaliza­das o aspiradas. Existen además restricciones fonológicas severas en cuanto a los contex­tos en los que se admiten:

  1. Pueden aparecer solamente en raíces, nunca en sufijos
  2. Siempre aparecen en la primera consonante oclusiva de la palabra
  3. Nunca aparecen más de una vez en una palabra (con excepciones en caso de reduplicación onomatopéyica), como si bastara uno solo de esos sonidos exóticos para que la palabra misma quede marcada

En las demás lenguas quechuas ch forma parte de los sistemas de sibilantes o fricativas, no del sistema de oclusivas (Torero 1975), y el sistema de oclusivas se reduce a p t k (q).

El sistema del aymara es muy distinto a pesar de tener el mismo inventario. No se aplica nin­guna de las mencionadas restricciones. Aspiración y glotalización se dan tanto en raíces como en sufijos y pueden darse en cualquier consonante oclusiva que exista en la palabra (no hay límite teórico que restrinja su número, selección u orden en una palabra dada). Fíjense en las siguientes formas aymaras de la comunidad de Suqa, Perú:

taq”aña ‘buscar’
taq”t’aña ‘buscar por esta vez’
taq”t’t”a ‘solamente (lo) busqué’

Este aspecto de la estructura de las lenguas aymaraicas es aun más evidente en el caso del jacaru y el cauqui, lenguas hermanas [del aymara] con consonantes conservadoras. El inventa­rio de oclusivas de dichas lenguas es: [6]

Simples: p t tx tz ch cx k q
Aspiradas: p” t” tx” tz” ch” cx” k” q”
Glotalizadas: p’ t’ tx’ tz’ ch’ cx’ k’ q’

Ejemplos de casos múltiples de glotalización y aspiración que tienen lugar dentro de la raíz y dentro de la palabra son cosa frecuente. Por ejemplo:

q”acx”a ‘malhumorado’
tx”ap”a ‘ciego’
q’aq’a ‘añadir a una manta’
sijcx’k”q”kt”rk”a ‘ rasgo papel otra vez’
ach’ta”asp”a ‘sería bueno añadir algo de tierra (a un montículo)’
jayt’awq”t”sk”a ‘lo dejé otra vez’

Aunque el inventario [de sonidos] sea idéntico, ahora debería quedar claro que los sistemas fonológicos del quechua cuzqueño y del aymara no son el mismo. Mi tesis es que la glotaliza­ción y aspiración que en la actualidad marcan el quechua cuzqueño le llegaron mediante présta­mos a gran escala de la protolengua aymaraica y, en tiempos más recientes, desde el propio aymara (Hardman 1964 a, b). La información distribucional que ya hemos presentado es evidencia directa de ello. Otros datos que lo confirmarían parecen observarse en Stark (1975), que demuestra que, si nos circunscribimos a palabras que contienen aspiraciones y glotalizaciones, existe una tasa de semejanza del 67 % entre aymara y quechua cuzqueño, mien­tras que la tasa entre palabras que carecen de estos rasgos es solo del 20 %. Más aun, del resto de palabras que no parecen ser similares, el 22 % de entre las que tienen aspiraciones y glotalizaciones fueron juzgadas como onomatopéyicas por hablantes nativos, pero solamente lo fueron el 2 % de las palabras sin tales rasgos. Así, en formas que poseen glotalizacio­nes/aspiraciones, solo el 11 % parece no ser similar, mientras que en el resto de formas el porcen­taje de no similares se eleva a 78 %.[7]

Así, los datos llevarían a la conclusión de que lenguas aymaraicas son las principales responsa­bles de que exista glotalización y aspiración en quechua cuzqueño. Una vez que tal rasgo se importa a una lengua, naturalmente, los nuevos elementos fonológicos pueden extenderse más allá de las palabras que se tomaron como préstamo (en este caso principalmente en el reino de las onomatopeyas).

Otra crítica que convendría hacer a las distintas listas que se utilizan para demostrar la hipóte­sis del origen común tiene que ver con los elementos que se incluyen en ellas. Los términos básicos se separan claramente por familias. Por ejemplo, los números «uno» y «dos» no son cognados, aunque números mayores a veces parecen serlo; tampoco «blanco» y «negro» mues­tran similitud, aunque algunos de los demás colores a veces sí (ambas circunstancias refle­jan muy claramente [que hubo] intercambio en mercados). Los números especialmente tienden a ser panandinos y los colores están muy influenciados por las tinturas, entre otros patrones de intercambio.

La forma específica que adopta un préstamo nos puede permitir precisar en qué época se hizo el préstamo: por ejemplo, la palabra aymara iwisa ‘oveja’ fue tomada del castellano cuando este aun tenía un sonido similar al de sh [del inglés] donde actualmente tiene j. A veces se puede oír uwija, lo que evidencia un représtamo en época más reciente. Otro ejemplo de este tipo nos viene del jacaru, donde shupuna ‘chaqueta’ refiere a una época en la que los españo­les todavía usaban el jubón [una prenda antigua], que es cognado del francés moderno jupe ‘falda’, y antes de que tuviese lugar un cambio de consonantes, es decir, aproximadamente durante el primer siglo posterior a la Conquista. Este último ejemplo nos permite apreciar otra posibilidad: que un préstamo puede seguir vivo en la lengua que lo recibe y haber desapare­cido en la lengua de la que procede el préstamo. Otro ejemplo de esto vendría a ser parlar, que ya no es una palabra del castellano, pero que fue tomada como préstamo por el aymara y se sigue usando regularmente en esa lengua traduciéndose como ‘hablar’.

Hasta aquí he argumentado que la evidencia que se aporta en apoyo de la hipótesis de un ori­gen común para quechua y aymara tiene defectos y que carecemos de pruebas satisfactorias que la demuestren. También he señalado que una explicación mucho más plausible de las similitu­des fuertes que sí existen en algunos aspectos entre ambas lenguas sería un contacto lingüístico y cultural persistente y de largo aliento.

Quisiera proponer una posible historia lingüística de los Andes en forma de especulación que incorpore la evidencia lingüística que actualmente tenemos, sin contradecir en modo alguno la evidencia arqueológica, sino, de hecho, incorporándola en muchos aspectos. El siguiente bos­quejo le debe mucho al trabajo del [lingüista] Alfredo Torero (1964, 1968, 1972, 1975).

La lengua original del los constructores de Tiwanaku fue muy probablemente el puquina, pero no usaron su lengua para la expansión comercial. La lengua franca (lengua de intercambio) del periodo de expansión Tiwanaku-Wari fue la protolengua aymaraica [lengua madre común de las actuales lenguas aymaraicas]. La toponimia, entre otras evidencias, sustenta esta hipótesis. Cuando los fundadores de Tiwanaku cruzaron el lago Titicaca para establecerse en el Cuzco, se puede presumir que llevaron con ellos la lengua de su patria —ciertamente Cuzco era zona trilingüe en el momento de la Conquista europea—. Cuando este pueblo, por entonces cono­cido como inca, inició su propia expansión, reservó la lengua puquina para la familia real (es decir, el núcleo conquistador inicial) y utilizó la lengua franca que ya existía —aymaraica— para llevar a cabo su expansionismo, hasta el momento en que entró en contacto con la pu­jante expansión de Pachacámac. Se pueden recordar los grandes honores dispensados al señor de Pachacámac incluso en [la lejana] Cajamarca. La gente de Pachacámac era de habla que­chua, de la variedad chinchay, y controló la zona costera mediante el dominio del mar. Al pare­cer ya se habían expandido al [actual territorio de] Ecuador medio milenio antes (Carpenter 1982). Así, parecía algo beneficioso para los incas utilizar dicha lengua franca (también con­viene recordar que Wayna Cápac[8] se había enamorado de una mujer de Pachacámac). En térmi­nos políticos, era posible ordenar un cambio semejante, porque la corte [inca] no sentía lealtad especial hacia ninguna lengua de conquista en particular. Recordemos que los españo­les repitieron, o pusieron en práctica, la misma idea al expandir ellos también el uso del que­chua. Así, tan solo 100 años antes de la conquista europea, el administrador del Cuzco adoptó una nueva lengua. Esta reconstrucción de los hechos explicaría con claridad las enormes similitu­des entre el aymara y el quechua cuzqueño: toda la corte inca fue trilingüe durante un tiempo y todos los administradores reclutados de entre los pueblos conquistados fueron mínima­mente bilingües, situación que expresamente da lugar a una rápida interferencia entre distintas lenguas y también produce la convergencia que normalmente se da cuando hay len­guas, incluso de distintas familias [lingüísticas], se ven en situaciones de interacción prolonga­das, como también ocurrió en la India (Emeneau 1964).

La doble expansión de los incas y del quechua chinchay dejó a las lenguas aymaraicas aisladas y fragmentadas, particularmente las que se encontraban más cercanas [geográficamente] a la variedad chinchay, en el actual Departamento de Lima (Perú). Pero los restos de este contacto tan extenso e intenso aún son evidentes en los múltiples préstamos.

Propongo que existieron dos oleadas de préstamos a gran escala de las hablas aymaraicas hacia el quechua: 1) durante el predominio comercial y cultural de Wari, específicamente présta­mos provenientes de la lengua protoaymaraica; 2) durante los primeros años de la expan­sión incaica, pues aymaraica era la lengua oficial; luego los préstamos provendrían de la lengua que actualmente es el aymara, ya separada de sus lenguas hermanas más cercanas a la costa. Estos préstamos habrían sido considerablemente más tardíos, por ejemplo, entre hace 400 y 700 años.

La oleada principal de préstamos provenientes del quechua tomados por lenguas aymaraicas habría empezado en los últimos años del Imperio [incaico], continuando debido al uso exten­dido del quechua durante el Virreinato [español] y prolongándose incluso a nuestros días, a veces sirviendo como puente el idioma castellano.

La reconstrucción de las lenguas protoaymaraicas nos ha llevado a postular un sistema de [conso­nantes] oclusivas no menos complejo que el que actualmente posee el idioma jacaru, que sin duda difiere de aquel en algunos detalles fonéticos.[9] La mayor diferencia que existe entre el sistema de las lenguas jacaru/cauqui y el del aymara es que este último carece de las series de oclusivas tx tz cx. Sus reflejos modernos [en aymara] son, respectivamente, t ch t. El resultado es que la actual t que existe en aymara proviene de tres fuentes: *tx, *cx o *t. Por ejemplo:

Jacaru: shutxi qucxa katu
Aymara: suti quta katu-
‘nombre’ ‘lago’ ‘agarrar’

La actual ch del aymara contemporáneo proviene de dos fuentes: *tz o *ch.

Jacaru: tz’iqa ichu
Aymara: ch’iqa ich’-
‘izquierda’ ‘llevar algo pesado sin asas’

Por lo tanto, palabras que tienen t o ch solamente en lenguas modernas no nos permiten afir­mar directamente si se originaron en la familia aymaraica o en la quechua. Sin embargo, cuando hay glotalización o aspiración, ello claramente constituye evidencia fuerte de que tales términos tienen su origen en lenguas aymaraicas y que fueron importados desde estas por el quechua. La forma concreta de dichas palabras en el quechua contemporáneo puede indicar aproximadamente la época en que ocurrió el préstamo. Así, por ejemplo, la expansión comer­cial de Wari está reflejada en los préstamos de numerales.[10]

Jacaru: cxunhka pacxaka
Aymara: tunka pataka
Quechua: chunka pachak
‘diez’ ‘cien’

El quechua sitúa ch donde el protoaymaraico situaba *cx, que es precisamente lo esperado en lenguas que carecen de cx en su sistema de oclusivas y, por lo tanto, no son capaces de perci­bir la diferencia [entre ambos sonidos]. Incluso en nuestros días, los quechuahablantes perci­ben ch en palabras del jacaru moderno que contienen cx. Otras palabras de este periodo re­moto muestran la misma adaptación, por ejemplo:

Jacaru: qucxa
Aymara: quta
Quechua: qucha
‘lago’ [11]

En el siguiente periodo —y en menor medida que en la primera oleada, durante el influjo di­recto del aymara sobre los primeros incas— se toman préstamos del aymara, cuando el ay­mara ya había sufrido el cambio de *cx a t. Así, al tomar en préstamo una palabra, el quechua la incorporaba ya con t, y esa t permanece en dichas palabras hasta hoy. Por ejemplo:

Jacaru: jamp’acxa k”icx”i
Aymara: jamp’atu k”it”u [12]
Quechua: jamp k”itu
‘rana’ ‘raspadura’

Para completar el panorama, durante el periodo moderno tenemos una tercera oleada [de préstamos], en la que el quechua sureño le devuelve al aymara palabras que había tomado en préstamo en una época anterior y el (re)préstamo de *ch produce ch, sin que ello afecte en absoluto a la lenguas [aymaraicas] del norte. Por ejemplo:

Jacaru: ancxacxi micx’a qincxa
Aymara: ancha mich’a qincha
Quechua: ancha mich’a qincha
‘mucho’ ‘tacaño’ ‘empalizada’

De este modo, a partir de la historia de un sonido se puede vislumbrar la historia de una re­gión. El proceso también puede seguirse observando *tx, que el quechua importó como ch en la primera oleada de préstamos mientras el aymara continuaba independientemente hacién­dolo evolucionar a t. Préstamos posteriores tomados del aymara llegaron al quechua con t. Un ejemplo de la primera [oleada] es:

Jacaru: yatxi
Aymara: yati
Quechua: yacha
‘saber’

Y un ejemplo de la segunda:

Jacaru: shutxi tx’impu
Aymara: suti t’impu
Quechua: suti t’impu
‘nombre’ ‘hervido’

Naturalmente, algunas palabras poseen una historia individual única. Fijémonos en:

Cauqui: intxi
Jacaru: inti
Aymara: inti
Quechua: inti
‘sol (solo el astro)’

Dada la evidencia del cauqui, podríamos vernos movidos a postular un origen aymaraico para esta palabra que tanto suele identificarse con el imperio inca. Como la t presente en jacaru [en dicha palabra] no obedece a una evolución regular de sonido, conviene examinar el contexto sociocultural. Desde el punto de vista de las consonantes, el cauqui es la más conservadora de las lenguas aymaraicas. Por su parte, entre jacaru y cauqui, el jacaru es la más innovadora de las dos. Además, Tupe, donde se habla jacaru, fue durante mucho tiempo, hasta hace aproximada­mente 25 años,[13] el punto de gravitación cultural de la zona. En una época anterior (en el siglo XX) Tupe contaba con el centro educativo más importante y gente de los alrededo­res (quechuahablantes, hispanohablantes y hablantes de lenguas aymaraicas) iban a la escuela en Tupe en régimen de internado. Inti es una palabra muy fácil de encontrar en los libros de texto escolares del Perú. De hecho, se usa más en las aulas que en la conversación diaria, donde se habla más de la luz y el calor del sol (nup’i en jacaru) [y lup’i en aymara] que de la propia estrella. Así, inti en jacaru parece ser el regreso a una lengua aymaraica de una palabra [originalmente aymaraica] mediante un représtamo desde el quechua pasando por el caste­llano. En cauqui no ocurrió lo mismo porque no había escuela en la época en que esta lengua era la que todavía predominaba entre los niños.

Estos ejemplos muestran el impacto que tienen los factores socioeconómicos e históricos so­bre las lenguas. También muestran lo arriesgado que es proponer relaciones genéticas entre lenguas con ciertas semejanzas sin tenerse en cuenta la importancia de la estructura gramati­cal o el contexto cultural. Como es ahora evidente, después de dos milenios de estrecho con­tacto, era inevitable que ocurriesen procesos de préstamo lingüístico a gran escala. En casos como este, si al mismo tiempo no se presta atención a la gramática, confeccionar listas de corres­pondencias no constituye un método viable para averiguar si existió una lengua antece­sora común.

Ambas familias lingüísticas son sufijadoras. Sin embargo, como la sufijación es el proceso morfoló­gico más común de una lengua, ser sufijador constituye una caracterización tipológica antes que comparativa. Existe una diferencia fundamental en el modo en que funciona la sufija­ción en quechua o aymara. Los sufijos quechuas se añaden [a las palabras] tan libremente como pueden quedar desprendidos [de ellas], de una manera que ha venido en llamarse «agluti­nante». Las reglas morfofonémicas casi no existen (para la mayor parte de las lenguas quechuas basta con una única regla). En otras palabras, la estructura morfológica [del que­chua] es transparente.

Por otra parte, las lenguas aymaraicas son del tipo que se conoce como «flexivo». Sus sufijos son complejos, con mucha modificación morfofonémica y no es fácil separar unos de otros. A modo de ejemplo, veamos que la forma mamshqa ‘con tu madre’ —del jacaru mama ‘madre’, donde -sa es la cuarta persona posesora y –wshqa coordina sujetos— requiere unas cuantas reglas morfofonémicas complejas donde intervienen condicionamientos morfológicos y fonológi­cos que llegan a explicar la forma superficial [de la palabra]. El quechua no tiene nada parecido a este tipo de morfofonémica.

Las lenguas aymaraicas se basan en un sistema de cuatro personas gramaticales sin marca de número y donde los rasgos distintivos son la presencia o ausencia de la primera/segunda per­sona. Las protoformas, tal como se reconstruyen actualmente, son:

*naya primera persona ‘yo, pero no tú’
*juma segunda persona ‘tú’
*jup’a tercera persona ‘él, ella, ellos, ellas; no tú ni yo, pero sí humano’
*jiwasa cuarta persona ‘nosotros, tú y yo’

Este sistema se refleja por toda la gramática, así como por los sistemas verbal y nominal. (Hard­man 1975a, b, c)

Jacaru Aymara
utnha utaxa ‘nuestra/mi casa, pero no tuya’
utma utma ‘tu casa’
utp”a utapa  ‘su casa (de él, de ella, de ellos)’
utsa utasa ‘nuestra casa (tuya y mía)’

Por otro lado, el quechua funciona con un sistema de tres personas que (normalmente) tienen marca de número. El quechua cuzqueño (pero no todas las lenguas quechuas) tiene dos sufijos plurales que permiten a la lengua señalar la distinción entre lo inclusivo y lo exclusivo.

ñuqa ‘yo’ ñuqayku ‘nosotros (tú no)’
qan ‘tú’ ñuqanchis ‘nosotros (contigo)’
pay ‘él, ella’

En Ecuador y algunos otros lugares este contraste no existe. Ello evidencia convergencia: cuando una distinción tan importante en la lengua vecina acaba incorporándose finalmente a la propia lengua (Hardman 1942; 1978a, b; 1983a, b). De este modo, los quechuahablantes pudieron llegar a traducir lo que entendían que era una distinción entre la primera y cuarta persona aymaraicas. Al menos en el quechua cuzqueño, eso ahora forma parte de su sistema.

El sistema de personas verbales de todas las lenguas de la familia aymaraica es congruente con el sistema de personas nominales. En el caso aymaraico, el sistema básico de cuatro personas corresponde con un sistema de personas verbales tal que todo sufijo que marca personas es interactivo, es decir, sujeto y objeto se fusionan en un único sufijo flexivo dando lugar a un paradigma flexionado de diez personas en jacaru y cauqui, y nueve en aymara. En el caso que­chua, en cambio, por lo menos en Cuzco, el sistema es de tres personas y dos números, lo que permite el contraste bipartito en la primera persona del plural para un total de siete personas, sin incluir objetos. Otras variedades quechuas poseen menos personas, en algunos casos práctica­mente sin número (Carpenter 1982). En quechua existen unos pocos sufijos que pue­den hacer referencia a objetos y que se pueden añadir al verbo, pero son principalmente extensio­nes de sufijos direccionales, pues ocupan una posición muy distinta dentro de la estruc­tura general [de la palabra].

A nivel sintáctico, un elemento distintivo importante es que en las lenguas aymaraicas la ora­ción viene definida por el uso de un conjunto especial de sufijos llamados sufijos oracionales. Existen indicios de este tipo de sistema en el quechua cuzqueño, pero sin que tenga el carácter obligatorio y ubicuo propios del sistema aymaraico, y sin que su uso derive de la definición de oración en quechua.

En resumen, teniendo en cuenta cuidadosamente un conjunto amplio de datos, entre los que se cuenta la estructura gramatical y fonológica así como listas de correspondencias, la historia sociocultural y las circunstancias, la única conclusión a la que se puede llegar es que hay, efectiva­mente, al menos dos grandes familias lingüísticas vigentes en los Andes: la familia ayma­raica y la familia quechua. Las aparentes similitudes entre las lenguas de estas dos fami­lias se explican de forma óptima por préstamos e influencias mutuos, cosa que se entiende fácilmente por el tipo y alcance del contacto que viene siglos ocurriendo. Por tanto, es imposi­ble mantener mínimamente cualquier atisbo de pensar que hubo un origen común con poste­rior diferenciación en los Andes, o sostener la idea aun más absurda de que el quechua cuz­queño debe considerarse una lengua relativamente conservadora. Al contrario, podemos ver en quechua y aymara un ejemplo de las innovaciones y adaptaciones que pueden darse y, de hecho, se dan cuando entran en contacto distintas lenguas y culturas.

(Traducido por A. Condori del artículo original Aymara and Quechua: Languages in Contact).

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(*) Martha j. Hardman falleció el 31 de enero de 2023 a la edad de 87 años

[1] Véase en esta misma obra el artículo de Bruce Mannheim Contact and Quechua-External Genetic Relationships. [N. de T: la obra en cuestión es South American Indian Languages: Retrospect and Prospect, editada por Harriet E. Manelis y Louisa R. Stark y publicada por University of Texas Press, Austin]

[2] El aymara es miembro de la familia lingüística jaqi, que consta de las siguientes lenguas: aymara, hablada actualmente por hasta 3 millones de personas (un tercio de la población de Bolivia, una buena parte de la población del sur del Perú, más hablantes en el norte de Chile); jacaru, con unos cinco mil hablantes en Tupe, Yauyos, así como en comunidades migrantes en las ciudades de Huancayo, Chincha, Cañete y Lima (Perú); cauqui, una lengua que se extingue y que aun cuenta con unos pocos hablantes en Cachuy (Perú).

[3] [N. de T.: Aquí se traduce Jaqi, término cuyo uso es casi exclusivo de la autora del presente artículo, por aymaraico, término equivalente pero de uso mucho más común en lingüística. De igual modo, se traduce Proto-Jaqi como protoaymaraico. Jaqi, en las lenguas aymaraicas que se conocen, significa ser humano.]

[4] Es bastante curioso que una disertación reciente (Davidson 1977) lograse rebatir la hipótesis de Orr y Longacre valiéndose, según su autor, solo de quechua cuzqueño y aymara. La conclusión de Davidson corrobora la mía, pero no es realmente independiente, aunque su autor cree que sí lo es, y su trabajo me era desconocido cuando se estaba llevando a cabo. Las gramáticas en las que basó el trabajo eran: 1) la gramática aymara producida en la Universidad de Florida (Hardman, Yapita y Vásquez 1975); 2) mi gramática de jacaru (Hardman 1966a [1983a]); 3) la gramática de quechua cuzqueño en la que trabajaba cuando llegué a la conclusión de que jacaru y quechua cuzqueño no están relacionados (Sole y Cusihuaman 1967).

[5] Todos los ejemplos de lenguas andinas los presento por medio de alfabetos prácticos (fonémicos). El alfabeto aymara fue ideado por un lingüista hablante nativo de aymara (Yapita 1981). Los dos artículos de Lucy Briggs que pertenecen a este volumen ofrecen más detalles sobre dicho alfabeto.

p t ch k q
p” t” ch” k” q”
p’ t’ ch’ k’ q’
m n ñ
l ll
s j x
w r y

 

a i u
ä ï ü

La africada alveopalatal <ch> funciona estructuralmente como oclusiva. La serie de <k> es velar. La serie de <q> es posvelar. La aspiración se representa mediante (“) y la glotalización mediante (‘). La fricativa faríngea es <j>. La fricativa posvelar es <x>. El resto de las letras tiene el valor acostumbrado en inglés o español. [Nota del traductor: los ejemplos del aymara se han trasladado a su ortografía oficial actual, que también es fonémica y, excepto en la representación de la serie aspirada, coincide casi totalmente con el alfabeto Yapita]

[6] El alfabeto del aymara es compatible con las lenguas jacaru y cauqui excepto en que <x> no es letra independiente y en que no existen vocales largas (Hardman 1983b). Se le añadirían los siguientes caracteres que representan consonantes que no existen en aymara:

 

tx tz cx
tx” tz” cx”
tx’ tz’ cx’
nh
sh
à ì ù

<tx> representa una oclusiva palato-alveolar; <tz> una africada prepalatal; <cx> una oclusiva/africada palatal retrofleja. Todas funcionan dentro de las mismas cinco series de oclusivas/africadas que hay en aymara. <nh> representa una nasal velar. <sh> representa una sibilante palatal. <`> representa vocales cortas. Como la fonología del quechua cuzqueño es tan similar a la del aymara, es posible presentar ejemplos compatibles con el alfabeto aymara.

[7] Si tenemos en cuenta también los datos del jacaru y del cauqui, se reduce el número de elementos que tienen aspiración/glotalización y carecen de una forma similar aymaraica (al parecer el aymara habría perdido algunas de las formas después de «prestarlas» al quechua).

[8] [N. de T.: Último gobernante precolombino del Estado inca. ]

[9] Parte del trabajo de reconstrucción ha sido presentado en Hardman (1975b). El trabajo de reconstrucción del protoaymaraico continúa, dando preferencia a la reconstrucción de paradigmas gramaticales. Aún no se han publicado listas generales de correspondencia de vocabulario.

[10] La variación morfofonémica más común dentro de las lenguas aymaraicas es la elisión [supresión] de vocales. En cualquier posición sintáctica y en cualquier numeral complejo, «100» se realizaría sin la vocal final. El quechua permite las consonantes finales y, por lo tanto, cabría esperar que importase la palabra sin la vocal final dado que muy seguramente [sus hablantes] casi nunca habrán llegado a oír la palabra pronunciada con su vocal final.

[11] Este préstamo puede reflejar el hecho de que las lenguas aymaraicas eran idiomas de las montañas, donde se encuentran los lagos, mientras que el quechua era costero.

[12] Existe un proceso de pérdida de la aspiración en aymara, de modo que en algunas zonas también está atestiguado el uso de k”itu ‘raspadura’.

[13] [N. de T.: Hardman se refiere aquí a inicios de los años 60 del siglo XX.]

 

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